Rafael del Naranco
Uno entiende poco de pintura, nada de música. Tampoco sabe mover las piezas de ajedrez ni es afín a las matemáticas. Solamente se entrega a algunas pasiones con algo de ardor: dormir la siesta y el perenne sortilegio de la querencia. Prosaico esto último, pero como toda acción humana, por muy insignificante que ésta sea, parte del yo interior.
Lo de escribir es otra cuestión. Atiborramos cuartillas por necesidad imperiosa, pero de ahí a la sutileza de hilvanar las palabras para formar un conjunto de matices, hay un recóndito abismo.
En un ensayo de George Steiner llamado "Muerte de reyes", se lee lo siguiente: "Existen diversos campos intelectuales; y por lo que sé, solamente tres donde los hom bres realizaron importantes hazañas antes de la pubertad. Estos son: música, matemáticas y ajedrez".
Y cuenta el Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades 2001, la sorprendente precocidad de Mozart componiendo música antes de los ocho años; de Kart Friedrich Gauss, calculando complejos con apenas diez años, mientras a los 12, allá en Nueva Orleáns, Paul Morphy vencía a los mejores contrincantes en ajedrez.
Ninguno de esos niños dotados sabía con claridad lo que hacía: era simple ardor mental. Algunos lo siguieron conservando en la pubertad, pero con el paso del tiempo la técnica, el estudio y la sensibilidad, los fue envolviendo de creatividad; con todo, la música, las matemáticas y el ajedrez, son trances dinámicos y localizables al saber de los últimos estudios del cerebro. Es decir, computadoras con energía propia.
El ajedrez es lucidez mental, un misterioso laberinto matemático. La pintura encierra extraño signo, un arrebato inmenso al converger la creación humana en un mismo punto, igual al "Aleph" de Jorge Luis Borges, o los castillos y metamorfosis de Kafka.
Hay existencias -la mayoríaenvueltas en correveidiles, vientos huracanados y en medio, cual rayo incesante, nace, brota o explota la luz más cegadora recubierta de policromía.
La creación artística es un arcano. Igual a la vida. La actual neurociencia podría explicarlo, pero también ella reconoce sus limitaciones.
La realidad nos sofoca: el gran enigma seguimos siendo nosotros mismos.
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